El nihilismo activo de Nietzsche es un signo de fuerza. Por un lado, cuando el hombre se da cuenta de que los viejos valores supremos ya no constituyen una guía para la vida, por otro, se carece de fuerza suficiente para producir nuevos valores. Su fuerza reside en su potencia destructora. Representa la segunda metamorfosis necesaria para la llegada de los nuevos tiempos.
El nihilismo activo se identifica también con la figura del “hombre que quiere perecer”. Este quiere desaparecer para que sea posible el advenimento del superhombre. Su autodestrucción es activa en cuanto está al servicio de la creación de nuevos valores, del advenimento del superhombre.
La única grandeza que Nietzsche encuentra en el hombre actual, aún preso del nihilismo, es que sea un puente para el superhombre. Pero para eso es necesario que quiera perecer pues toda auténtica creación requiere una previa destrucción.
En nuestra época el nihilismo es sobre todo un estado intermedio que tiene un carácter patológico en cuanto supone la desaparición de las viejas tablas de valores sin haber creado aún un nuevo mundo. El nihilismo será vencido cuando se sustituya el no por la afirmación. La crítica del sistema de valores establecidos sólo es radical cuando se hace desde la perspectiva de una transvaloración, de una forma nueva de concebir el fundamento de los valores. Esto da lugar a la paradoja de que se tiene que destruir el viejo mundo sin disponer aun de un proyecto del nuevo.
Ésta es la base sobre la que ha de construirse, según Nietzsche, la nueva filosofía. El hombre provoca, en primer lugar, la muerte de Dios, sin apenas darse cuenta de eso. En segundo lugar, el hombre toma conciencia plena de la muerte de Dios y se reafirma en ella. En tercer lugar, y como consecuencia de todo el anterior, el hombre se descubre a sí incluso como responsable de la muerte de Dios descubriendo, al mismo tiempo, lo poder de la voluntad, e intuyendo la voluntad como máximo valor.
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1 comentario:
Me parece bastante preciso este artículo en su interpretación. Ahora bien, la expresión "nihilismo activo" no aplicaría al hombre contemporáneo que goza de buena salud, sino, a diferencia de buena parte de los "nihilistas pasivos", como los budistas, por ejemplo, es además vulgar y desprovisto fatalmente por la naturaleza. El puente al superhombre sólo puede serlo aquél que goza de salud, que es capaz de presentir, en medio de un tiempo gobernado por la lógica de la decadencia, o sea, el nihilismo per se, algo más aparte de la nada absoluta; en otras palabras, puede agregar el predicado "cristiana" a la frase "el fin de la historia". Nietzsche llegó a decir que el nihilismo él habría sabido dejarlo "detrás de sí, debajo de sí, fuera de sí", pero en esto evidentemente se equivocó, al menos en parte, pues ello es cierto si consideramos el nihilismo "hasta Dostoievski", o sea, cuya única consecuencia sería el suicidio; él lo llevó un paso más allá: la locura y el vaticinio de terribles guerras, como las que azotaron el siglo XX, por los siguientes 200 años. Hay pues aquí una paradoja en cuanto al nihilismo de Nietzsche: ¿es su derrotero una objeción o una reafirmación de su filosofía? ¿Cómo puede haber sido Nietzsche un nihilista si fue él quien desmontó sus fuentes? Yo creo que la única manera de dar respuesta a esta cuestión es conocer cuál sería el paso ulterior de esta lógica infernal que, efectivamente gobierna al mundo hoy en día: de la conversión de Wagner al suicidio que concluye Dostoievski y de allí a la locura, la destrucción y la guerra. Evidentemente hablo del caso específico del individuo que aún no ha asistido al "final de la historia", el que vive en nuestro tiempo; a éste, ¿le queda alguna alternativa?
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