jueves, 14 de octubre de 2010

"Los Clásicos de Grecia y Roma" - Editorial Gredos (III): "Teogonía" de Hesíodo.

La figura de Hesíodo siempre se ha encontrado bajo la inmensurable sombra de Homero. La tradición de los rapsodas arcaicos tiene en él una figura más: ¿qué tiene entonces de especial? Probablemente el hecho de que, a diferencia del (presunto) autor de Ilíada y Odisea, sí tenemos datos concretos de su vida. Esta característica, desarrollada en la introducción del catedrático en Filología Griega Aurelio Pérez Jiménez le hace bastante peculiar. Sin embargo, si profundizamos en esta característica y en la relación que ésta guarda con su obra literaria doblaremos una esquina y nos daremos de bruces con su grandiosidad y atractivo.
Hesíodo nos traslada a esa época que algunos denominan la salida de la época oscura: el Egeo se ha estabilizado, la piratería, aunque todavía existente, ha dejado de campar a sus anchas por las aguas helénicas. Los fenicios, experto comerciantes, siempre expectantes a lo que ocurre en el ámbito de las recién fundadas poleis, descubren en éstas un importante filón para sus actividades mercantiles. El incremento de la interactividad cultural traerá a la Hélade un nuevo sistema de escritura que, adaptado a la propia lengua, tomará el relevo del olvidadísimo Lineal B.

Es una época de renacimiento cultural y comercial, es tiempo de probar cosas nuevas, de buscar alternativas allende los mares. Podríamos pensar que los antepasados de Hesíodo formarían parte de aquellos primeros colonos de Asia Menor. Lo más curioso es que el padre de nuestro autor habría hecho el viaje contrario a la mayoría de helenos comerciantes de la época que buscaban suerte en las colonias. Él, por el contrario, retorna al continente, a Beocia, a Ascra, un pueblecito cercano a Tebas, en donde las Musas, a las faldas del mítico monte Helicón, inspiran a Hesíodo su obra sublime.
Hesíodo nos hablará, ni más ni menos, que del origen del mundo, del nacimiento de los inmortales dioses y de los procesos que llevan a Zeus a ser único repartidor de la Justicia, como padre de dioses y hombres que es.
Lo fantástico de Cosmogonía, Teogonía, Trabajos y Días y El Escudo de Heracles cada una de las descripciones de las criaturas y de las acciones mitológicas tienen su propio transfondo moral y etiológico, unas veces de forma más clara y otra tan oculta que nos fascina. Ante el funcionamiento armónico pero conflictivo del mundo, al hombre sólo le queda la alternativa del duro trabajo recompensado por la divinidad.

El hombre siente ha sentido fascinacion por la muerte, la oscuridad, el sueño, la noche, la luna, el espacio, el origen del mundo... Todas aquellas cuestiones cuya clave de funcionamiento se oculta a la vista curiosa y a veces inquisidora del ser humano.
Teogonía no es fácil de leer, pero la edición de Gredos consigue transmitir a su lector esta fascinación por los misterios del pensamiento griego arcaico, sobre sus inquietudes y sus miedos, sobre su deberes morales y sobre los castigos que Zeus soberano impondrá a todos aquellos que intenten romper su autoridad suprema, el gobierno de un mundo que, gracias a él, funciona en la más absoluta armonía, pero, al mismo tiempo, soportando los más cruentos conflictos entre las fuerzas que lo componen.