Bajo el emblema del perro (kúon) los filósofos cínicos aparecieron en la vieja Atenas como un movimiento de oposición radical a la cultura y la política de la época.
Bajo el emblema del perro (kúon) los filósofos cínicos aparecieron en la vieja Atenas como un movimiento de oposición radical a la cultura y la política de la época. Con su actitud irreverente despreciaban la civilización y todas las convenciones sociales en su audaz invitación a la anarquía, rechazando el orden, con libertaria desvergüenza. Proclamaron la igualdad de todos los seres humanos, sin distinción de clases, naciones ni sexos. Eran cosmopolitas, no participaban en los asuntos de la ciudad, aborrecían los lujos y comodidades, se burlaban de los ritos y las creencias religiosas, prescindían de los placeres refinados, gustaban del amor libre, y consideraban el trabajo y el esfuerzo fundamento de la virtud. Todo ello, como es obvio, resultaba muy provocativo en el mundo griego, incluso en una democracia como la de Atenas; y muy en contra de lo que pensaron Platón y Aristóteles. Por otra parte, no ambicionaban el poder ni pretendían cambiar la sociedad insensata de la época proponiendo un nuevo modelo antiburgués. Por más que imaginaron curiosas fantasías utópicas de diseño igualitario y anarquista. Fueron, por lo tanto, más rebeldes que revolucionarios, pensadores individualistas, sin grandes ilusiones respecto a la aceptación de sus puntos de vista por la gran mayoría de sus convecinos. (Si el sabio Bías dijo que "los más son malos", muchos filósofos pensaban que la mayoría de la gente son necios). Los cínicos fueron una secta filosófica callejera y sin escuela fija. Perduraron como alegres vagabundos de mantos burdos, alforja mínima y bastón de peregrino. A través de Antístenes conectaban con Sócrates, y después, gracias al amistoso Crates, inspiraron a Zenón y los estoicos, filósofos más respetables y predicadores virtuosos. El tipo más famoso de la secta fue Diógenes, apátrida y mordaz, que no tenía nada, vivía en una tinaja, se burlaba de todo, y escandalizaba a menudo. De él circularon pronto estupendas anécdotas, como la famosa de que, cuando Alejandro le visitó y dijo que le pidiera un deseo, le repuso que se apartara del sol y no le hiciera sombra. El buen cínico no espera nada, no desea nada; austero, apático, libre, busca una vida natural, como la del perro. En su "regreso a la naturaleza" anticipa la conocida tesis de Rousseau acerca del "buen salvaje", y resulta un evidente precursor de los afanes ecológicos modernos. Crates imaginó una isla ideal poblada de cínicos, Pera (la de la Alforja), "sin necios, ni parásitos, ni glotones, ni culos prostituidos; que produce tomillo, ajos, higos y panes; cosas que no invitan a guerras ni honores, y donde no hay armas ni dinero". Como señaló Peter Sloterdijk, el cínico antiguo es muy distinto del tipo que ahora llamamos "cínico" (para su distinción utiliza la consonante: Kynikós frente a Zynikós). El cínico moderno es más bien un hipócrita: no cree en nada y desprecia en su interior las convenciones sociales; pero disimula y se somete por comodidad y afán de medro. El anarquismo moderno es una doctrina revolucionaria y de empeño político. Surge de un anhelo de una sociedad mejor, más justa e igualitaria; es filantrópico y compasivo, si rechaza el orden actual (anarquía viene del griego an-arché "desorden") es porque confía construir otro, mejor para todos, donde reine la libertad y no la opresión, en un mundo feliz. En ese ideal pueden percibirse todavía algunos ecos de la utopía antigua.
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