Recuerdo en mi casa un libro blanco con un héroe con barba que luchaba con enormes dificultades. Yo ni siquiera sabía el porqué. Me acuerdo, eso sí, de una horrible criatura que tenía un turbador parecido con una vieja profesora del colegio, salvo por el hecho de que la criatura que llegó a quitarme el sueño aparecía con un solo ojo (la profesora no tardó en quitarme el sueño también por culpa de sus afanes humillatorios de la vieja escuela)...
Poco sabía yo de Zeus, Hera, Poseidón (una gigantesca criatura barbada que impresionaba tras un relámpago hundido en un mar tormentoso que desde luego parecía ser "de color del vino", como dice Homero) o de un traicionero caballo de Troya del que había escuchado hablar sólo de lejos. Y poco sospechaba que relatos como aquél se acabarían convirtiendo en una importante parte de mi vida, tanto por su aspecto fantástico como por lo que parecen esconder detrás. Para imaginarme ese significado "secreto" que están detrás de los mitos colaboraron las teorías hiperrealistas de algunas novelas en las que, por ejemplo, el famoso ardid de Ulises se convierte en un terremoto, obra (y arte) de Poseidón, cuyo animal simbólico no es otro que el caballo.
La Odisea es, probablemente, el mito más universal y con más proyección de todos los que pueden haber servido de inspiración a novelistas, cinematógrafos o artistas plásticos de todas las épocas. ¿Por qué?
Al más puro estilo sofista diremos que hay una respuesta por cada persona que haya leído la obra del misterioso Homero, una respuesta por cada recitador de sus rítmicos versos. Pero el canto de las sirenas, el telar de Penélope, la sabiduría de un Mentor (tras el que se esconde la sabia Atenea) y que las dificultades de un viaje sea una "odisea", son sólo algunos elementos del mito de viajes por excelencia que ejemplifican su universalidad.
A esto le añadiremos la fascinante secuenciación de episodios, el suspense con el que la obra juega sobre el destino de Ulises, del cual no sabemos nada en los primeros cuatro cantos hasta que lo vemos náufrago en la costa de los Feacios, ante los ojos de la encantadora Nausicaa, preguntándonos sin remedio "¿pero qué le ha pasado?". ¡Cuánto tienen hoy que aprender algunos en Hollywood!
A nadie se le escapa que hay mitos griegos que tienen más éxito que otros según las épocas históricas. Pero con Ulises parece no ser así: sus argucias, su inteligencia y su habilidad para salir de insuperables conflictos mediante el ingenio le convierten en un héroe moderno, alejado de la imagen negativa que parece desprenderse de la Ilíada: un rey falso, estafador y ladino, pero decisivo.
No es fácil traducir la Odisea. La causa no es la excesiva dificultad de su texto griego (aunque suficiente por su naturaleza interdialectal), sino porque el traductor se ve obligado a resolver juegos de palabras que indefectiblemente perdemos y que siempre conviene explicar en una nota a pie de página. Entre ellos siempre será recordado el nombre al que el héroe Odiseo (Ulixes en latín) recurre ante el cíclope Polifemo: "me llamo Nadie" (en griego Οὐδεῖς, Oudeîs) jugando astutamente con el original Οδυσσευς (Odysseus)
La traducción que nos trae Gredos de la mano de Jose Manuel Pabón hace su lectura fácil y fluída, y en su introducción se hace una revisión de esta trascendencia universal de los ingredientes que conforman la obra. En esta ocasión, Carlos García Gual ofrece un análisis original, una vez que ya el primer volumen dedicado a la Ilíada abordó la cuestión de la tradición oral y de la figura de Homero.
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